Los focos en Los Ángeles están encendidos… pero no por lo que muchos esperan. Mookie Betts, uno de los nombres más grandes del béisbol moderno y rostro de los Dodgers, vive una de las rachas más difíciles de su carrera. El ídolo angelino batea para apenas .240 con un OPS de .684 en sus últimos 30 juegos. Una cifra impropia de un MVP, de un campeón, de un líder como él.
“No es la edad”, dijo tajante Dave Roberts. “Está fuerte, comprometido. Pero su cuerpo ha cambiado. Hay que volver a sincronizar ese swing, volver a sentir el ritmo”.
El manager lo ha defendido públicamente, le ha dado descanso e incluso confesó que desde la pretemporada Mookie no ha estado del todo bien físicamente. Un virus estomacal lo debilitó y le hizo perder cerca de 20 libras, algo que parece seguir afectando su potencia y precisión en el plato.
Betts es más que un número en la alineación. Es el corazón de una franquicia acostumbrada a competir al más alto nivel. Por eso preocupa. Porque cuando Mookie no está, se nota. Y aunque nadie duda de su profesionalismo ni de su capacidad para volver a brillar, en este momento el béisbol le exige pausa, ajuste y paciencia.
Los Dodgers lo saben. Y lo necesitan.





