Este fin de semana, Mookie Betts vuelve a casa. Pero no como lo imaginaban muchos en Boston. Ni como lo soñaba él.

Regresa vestido de Dodger, sí, pero sobre todo regresa con la mirada baja, en el peor momento ofensivo de su carrera. Un .185 de promedio en sus últimos 30 juegos, un OPS de .527 que parece de un utility sin ritmo… y una sensación en el aire de que algo no anda bien. Ni con su swing, ni con su físico, ni con su confianza.

Fenway Park es un estadio que recuerda. Aplaude con el corazón, pero no olvida con la cabeza. Muchos fans de los Red Sox aún sienten el golpe de su partida en 2020, cuando los dueños decidieron no pagarle al jugador que lo había dado todo por la ciudad. Pero eso es pasado. Lo de hoy es otra cosa.

Hoy Mookie vuelve a ese diamante que lo vio nacer como estrella y campeón. Y lo hace en medio de una crisis.

Dave Roberts ya tuvo que sentarlo. Habla de mecánica, de adaptación física, de confianza. Y puede que todo eso sea cierto. Pero lo que no se puede esconder es que Betts, el mismo que llegó a ser MVP en 2018, ha decaído justo cuando más lo necesita su equipo.

La paradoja es poderosa: mientras los trabajadores del Fenway anuncian huelga por salarios y derechos, el jugador mejor pagado del partido del viernes se encuentra luchando con su swing como si fuera un novato buscando quedarse en el roster.

¿Podrá Mookie levantarse en Boston? ¿Será el abrazo del viejo Fenway lo que necesita para recordar quién es?

O quizá esta visita, incómoda y emocional, sea solo un nuevo capítulo en una historia que nunca volvió a ser lo que prometía

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