En el Bronx no hubo fuegos artificiales ni batazos kilométricos. Hubo algo más crudo, más puro: béisbol a una carrera. Los Red Sox vencieron 1-0 a los Yankees y firmaron su segundo golpe consecutivo en la casa de su eterno rival, con Brayan Bello como arquitecto y Aroldis Chapman como ejecutor.
Bello, con apenas 24 años y una calma de veterano, se plantó en el montículo como si el Yankee Stadium fuera suyo. Siete entradas de temple, de silenciar murmullo por murmullo hasta convertir el Bronx en un estadio que respiraba ansiedad. Enfrente, Max Fried resistió, dominó y entregó el duelo en ceros, pero su bullpen volvió a ser la grieta por donde se cuela Boston.
El instante decisivo llegó en la séptima. Nathaniel Lowe apareció de emergente y con un doble encendió la chispa. Connor Wong, con un swing seco, mandó la pelota al jardín izquierdo y con ella la única carrera que decidió el clásico. Una línea que valió como un homerun de octubre.
Y entonces, la imagen que duele en New York: Chapman de nuevo en la loma del Bronx, pero ahora con el rojo en el pecho. Rectas de 100 millas, un ponche para callar a Grisham y una slider mortal que hizo abanicar a Ben Rice. Salvamento 24 y otra daga a sus ex.
Boston se pone 70-59, respira fuerte en la lucha del comodín y deja claro que sabe jugar al límite. Los Yankees (69-59) se miran en el espejo con frustración: dos derrotas seguidas, cero carreras en casa, y la sensación de que Boston volvió a marcar territorio en el Bronx.





