Juan Soto salió a dar la cara tras la eliminación de los Mets, y lo hizo con una frase dura: “Digo que simplemente tenemos que ganar partidos. Eso es lo único que tenemos que cambiar: ganar partidos”. Suena contundente, pero en Nueva York esas palabras ya no son suficientes.

El dominicano, señalado como la gran figura que debía liderar la ruta al anillo, se quedó corto cuando más se necesitaba. Su autocrítica llega tarde y con sabor a discurso vacío, porque el equipo multimillonario de Queens jamás encontró el rumbo.

Es cierto: hubo lesiones. Pero ¿realmente basta con echar mano de ese argumento? Plantillas igual de golpeadas han encontrado maneras de competir. Los Mets, en cambio, se diluyeron con la misma rapidez con la que comenzaron el año prometiendo demasiado.

El béisbol premia acciones, no conferencias de prensa. Y en el diamante, Soto y compañía no supieron cargar con la presión. La frase resonará en titulares, sí, pero no cambia la realidad: el fracaso es tan grande que ni su bate ni sus palabras alcanzaron para maquillar la decepción.

Lo más doloroso es que esta caída ocurre con la segunda nómina más alta de todo el deporte, un gasto colosal que vuelve a terminar en cenizas. Nueva York gastó millones para escribir una historia de gloria, y terminó con el mismo capítulo de siempre: la novela del fracaso.

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