En una Serie Mundial hecha de estrellas y millonarios, uno de los héroes de la noche fue un nombre que casi nadie tenía en el radar: Will Klein. El mismo que nunca había lanzado más de dos entradas en un juego de Grandes Ligas. El mismo que hoy mantuvo viva la esperanza de Los Ángeles con una actuación que rozó lo épico.

Cuando el bullpen estaba agotado y el marcador pedía nervios de acero, Klein subió al montículo sin el peso del pasado ni la presión del escenario. Solo con su brazo y la convicción de que podía sostener el sueño.

Y lo hizo: cuatro entradas en blanco, 72 lanzamientos, un solo hit permitido. Cuatro capítulos en los que frenó en seco la ofensiva de Toronto y le devolvió el alma a unos Dodgers que el cansancio estaba consumiendo.

Su relevo cambió el ritmo del partido. Cada lanzamiento fue un respiro.

Y ese momento llegó. En la novena, con la historia lista para el cierre, Freddie Freeman hizo lo suyo: un walk-off hr que rompió el silencio y firmó la victoria. Pero detrás de ese batazo hubo un cimiento invisible: las cuatro entradas de Klein.

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