La NCAA se vendió durante años como el último refugio de la “pureza deportiva”. Hoy, con un escándalo de apuestas pegando al deporte profesional, otro estallando en la NBA y jugadores universitarios involucrados en tramas similares, la organización acaba de hacer lo único que podía hacer para no incendiarse por completo: prohibir que sus atletas y personal apuesten en deportes profesionales.
La regla que iba a entrar en vigor el 1 de noviembre y que increíblemente permitía esas apuestas duró menos que un partido de pretemporada. Las escuelas de la División I activaron un mecanismo poco común para echarla abajo, alarmadas por algo evidente: abrir la puerta al juego justo cuando hay investigaciones por todos lados era una bomba de relojería.
La NCAA enfrentaba ya una tormenta:
– Seis jugadores de basquetbol masculino están bajo investigación por apuestas.
– El exguardia de Temple, Hysier Miller, hizo docenas de apuestas… incluso en contra de su propio equipo.
– Y mientras tanto, en la NBA, Chauncey Billups y Terry Rozier fueron acusados de formar parte de una trama de apuestas ilegales. Rozier habría usado información interna para beneficiar sus apuestas.
– El escándalo incluso tocó a los Lakers, que están siendo investigados y ya han recibido solicitudes de preservar documentos.
¿Y la NCAA iba a permitir que sus atletas apostaran en deportes profesionales?
La realidad golpeó rápido: la integridad del deporte universitario ya estaba en riesgo sin necesidad de añadir gasolina.

La organización, que presume regular a más de 1,200 universidades, finalmente entendió que no puede hablar de “valores”, “integridad” y “educación” mientras mira hacia otro lado en un tema que ahora amenaza a todo el ecosistema del deporte estadounidense. Las apuestas ya no son un asunto externo: están dentro de los vestidores, los planteles y los campus.
El retroceso de la NCAA llega tarde, pero es inevitable.
Solo una cosa sorprende: cómo pretendieron aprobar la regla en primer lugar.
El deporte universitario lleva años caminando sobre una línea delgada entre amateurismo, negocio y espectáculo. Con el impacto del NIL, la entrada del dinero privado, la presión mediática y ahora la sombra del juego, esa línea nunca había sido más frágil.
Hoy la NCAA presume haber “corregido”.
En realidad, solo evitó un incendio mayor.





